CATÁLOGO: La idea que tenemos de catálogo hoy en día es muy reciente en el ámbito artístico. Primeramente se va a dejar como apunte la definición general que aparece de catálogo en el diccionario: el latín catalŏgus, y este del griego κατάλογος, que venía a significar lista o registro; es la relación ordenada de elementos pertenecientes al mismo conjunto, que por su número precisan de esa catalogación para facilitar su localización; por ejemplo, en un archivo, una biblioteca, un diccionario (catálogo de palabras), un callejero (catálogo de calles), un nomenclátor (catálogo de poblaciones), una guía telefónica (catálogo de números de teléfono), o un censo de población; de hecho, a cualquier base de datos. Pero aquí vamos a centrarnos en el catálogo de arte, del cual actualmente se han servido muchos autores para que perdurara su obra, y el que se define como: Texto erudito de consulta en el que se documentan y describen todas las “obras conocidas” realizados por un artista en particular. En la información se suele incluir el título, los títulos alternativos, la fecha, la técnica, el tamaño, el formato de la imagen, el papel empleado y otros datos pertinentes. El término se aplica a catálogos de pintura, escultura, grabado, fotografía, dibujo o acuarela u otras obras del mismo artista o taller.
En su origen el catálogo verdadero remite a un ordenamiento de personas y cosas, una manera de facilitar la búsqueda a los usuarios. Pero el catálogo actual no persigue facilitar una búsqueda, sino que tiene como finalidad principal la de dejar constancia de que en algún momento se ha producido un acontecimiento artístico. El catálogo tenía la responsabilidad de poner orden, añadir control e inventar un acontecimiento capaz de dar algún sentido al hecho de vivir en una ciudad como Madrid, por ejemplo. En los tiempos actuales el acontecimiento artístico ya no es la exposición, sino el catálogo. La creciente demanda e interés por los catálogos, ha contribuido al surgimiento de una importante industria. El catálogo actual, entendido como monumento funerario, introduce una nota de racionalidad en el constante flujo repetitivo de las artes. De Axúa cree indudable que las visitas a los museos disminuirían e incluso se extinguirían de no ser por la existencia de catálogos.
Las ventajas del catálogo sobre las verdaderas obras de arte, considera el autor, irá aumentando a medida que pase el tiempo hasta llegar al extremo de que no resulten imprescindibles las obras de arte para una exposición, sino que podrá haber exposiciones formadas solamente por el catálogo. Esto conllevaría un gran ahorro en patrocinadores, una mayor comodidad de los visitantes y además, se disimularía el poco interés que tienen algunas de las obras de la exposición. Para Axúa en un catálogo todo es mucho mejor que el natural aunque en mi opinión todo visto al natural nos ofrece muchas más posibilidades que ver la fotografía de dichas obras; lo que sí veo de positivo es esa trascendentalidad que le ofrece a las obras de hoy día que no perduran en el tiempo y que es un gran apoyo ofrecer además de las obras, un texto que ayude a comprender mejor dicha obra o al artista. El texto debe constituir un discurso claro que sirva de apoyo a las obras expuestas y sirva para convencer, o simplemente aliviar, a aquellos que acudan indecisos o con recelo. Azúa explica que no son los artistas o sus obras los necesitados de apoyo sino los propios espectadores, las obras de arte no se apoyan más que en sí mismas y ningún texto contribuye a su mejora, pero el público se siente indefenso ante un arte cada vez más intelectual.
Una pintura contiene en la misma representación, los elementos que permiten hablar de representación de todo aquello cuyo nombre figura en los diccionarios. A esta peculiar manera de representar se la llama figurativa o representacional. A ésta le es más fácil prescindir de los catálogos porque todo el mundo puede decir algo sobre animales, plantas o humanos. Pero Azúa aclara que la representación figurativa necesita de este catálogo igual que la no figurativa. Hoy día debido a que la finalidad de las obras de arte no es la perduración, ya sean figurativas o no, se presentan como obras de arte pero admiten que son efímeros y transitorios, como un efecto y un signo del instante y del momento; sólo el catálogo prolonga discreta y brevemente la existencia de las obras. Hay una íntima convicción de los artistas, de la crítica, de los aficionados actuales según la cual lo perdurable e instructivo es el catálogo. Como los monumentos, también el catálogo garantiza que en un peculiar cruce del tiempo y del espacio se produjo una memorable batalla de la que nadie recuerda ya nada pero que aun cuando ya no podemos hablar de los héroes muertos, bien podemos leer sus nombres en los catálogos fúnebres.
domingo, 6 de diciembre de 2009
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