domingo, 6 de diciembre de 2009

CUADRO

CUADRO: con frecuencia se identifica el arte de la pintura con el arte de pintar cuadros. Sin embargo la pintura de “cuadros” es sólo una porción considerable del arte pictórico. El malentendido se sostiene por efecto del Museo, el cual sólo muestra lo que se puede colgar de la pared y lo que hace comprensible que para la gran mayoría de las personas el arte sea esto, un error monumental.

Antes del siglo XIV no hay cuadros en términos generales, no existe el cuadro autónomo. Antes de este siglo la pintura estaba al servicio de la arquitectura o de la letra, utilizaban ésta como decoración, como ornamento. Pero entre el siglo XIV y XVI la pintura alcanza su plena soberanía mediante una rapidísima conversión en mercancía de fácil traslado. Ahora el cuadro cambia de naturaleza: de objeto costoso pasa a ser objeto precioso, es el propio cuadro lo que debe ser realzado: debe instalarse allí donde brille con mayor intensidad. Puede afirmarse que la pintura había accedido a su primera autonomía tras hacerse “cuadro”. Lo único demostrado es que la independencia de la pintura a partir de su pase a “cuadro” y su posterior destrucción del marco que contenía la ha conducido muy rápidamente a ese camino hacia la nada.

Entre 1300 y 1900, el arte de la pintura busca su propia esencia, la verdadera pintura. La aparición de la fotografía fue al que salvo a la pintura de prestar un testimonio histórico. Después de Goya, los viajes arriba y abajo de la pintura, se aceleraron hasta alcanzar tal ritmo que en los últimos cuarenta años la pintura ha recorrido cien o doscientas veces la historia de la pintura de los últimos cuarenta años. La convicción actual de casi todo aficionado a la pintura es la que vivimos en una paralización por exceso de velocidad.
Lo asombroso del proceso de autonomía de la pintura es que siguió adelante impulsado por la inercia de su voluntad de poder y procedió a romper su autodefinición con el fin de hacerse autónoma también de su propio lenguaje. Pronto abandonó el cierre del cuadro en el marco y se apoderó de los muros que lo encerraban; fue la propia pintura la que pasó a dominar y determinar el espacio arquitectónico y a construirlo según sus propias leyes, ajenas a toda imitación de objetos o representación mimética. Este proceso iniciado por los fundadores de la abstracción pictórica fue realizado por primera vez por Theo Van Doesburg en 1928 con su proyecto de la Aubette, se consolidó tras la aportación de los constructivistas rusos y la Bahuaus de 1920-30. Éste llevó a cabo proyectos de decoración de interiores, generalmente en colaboración con otros artistas, en los que las continuidades o rupturas cromáticas articulan los espacios y los dinamizan integrando una unidad color-arquitectura visualmente indisociable. En la decoración para el Café L'Aubette de Estrasburgo, realizada con la colaboración de Hans Arp y Sophie Täuber, concibió la articulación de paredes y techos a través de grandes bajorrelieves. En ellos el juego de diagonales promovía enlaces entre las distintas superficies y establecía una continuidad entre los diversos espacios de las salas.
Éste es sólo el primer ejemplo de los movimientos que se empezaron a dirigir hacia la destrucción de la pintura, la cual debía pasar a dominar los programas de producción industrial para masas, olvidando su pasado romántico. Theo no consiguió ejercer su dominio, pero ha conseguido destruir el dominio ajeno. Ahora realiza performances, instalaciones y environements, meras posesiones escenográficas del espacio arquitectónico.
Si en algún momento renace la sujeción del a pintura a un discurso que le preste sentido y justificación, es posible que la pintura recupere su ámbito de proposición y regrese allí de donde nunca debió salir: de la luz.

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