ESPECTÁCULO: la expresión “sociedad del espectáculo” fue puesta en circulación en 1967 por Guy Debord, uno de los filósofos del acabamiento de la modernidad. El espectáculo no es un mero añadido del mundo, como podría serlo una propaganda difundida por lo medios de comunicación. El espectáculo se apodera, para sus propios fines, de la entera actividad social. Desde el urbanismo hasta los partidos políticos de todas las tendencias, desde el arte hasta las ciencias, desde la vida cotidiana hasta las pasiones y deseos humanos, por doquier se encuentra la sustitución de la realidad por su imagen. Y en ese proceso la imagen acaba haciéndose real, siendo causa de un comportamiento real, y la realidad acaba por convertirse en imagen. Los individuos atomizados solo están convocados como observadores pasivos de esta representación continua. Los mecanismos del espectáculo son: el secreto, la falsedad sin réplica y el presente perpetuo:
a) El secreto. El cúmulo de imágenes y de información da una errada percepción de transparencia, sin embargo, en las sociedades del espectáculo, lo factual se hace más predominante. El poder se vuelve más opaco y difícil de ubicar materialmente. Mientras consumimos los espectáculos que nos ofrecen, las decisiones importantes se toman en algún lugar que desconocemos, en sigilo y secreto. Con un poco de ironía y paranoia Debord decía que los verdaderos políticos, hoy por hoy, son todos agentes secretos.
b) La falsedad sin réplica: El espectáculo no permite réplica. Esta allí instalado de manera incontestable. A veces se puede cambiar de espectáculo, muchas veces eso no es posible. No se ha inventado aún un zaping existencial, que permita evitar aquellos espectáculos en que estamos vitalmente comprometidos.
c) El presente perpetuo: La producción espectacular aniquila la memoria. Probablemente ese es su objetivo principal: eliminar el pensamiento histórico. Capturar el deseo presente, producir hasta la saciedad el segundo de glamour y la moda: el último libro (por qué no se podrá hacer crítica literaria de libros antiguos); el nuevo peinado; el político cool, la nueva estrella de cine. Walter Benjamin, un marxista melancólico, proponía salir a buscar los desperdicios y los objetos abandonados de la modernidad, y hacer la ruptura con esta convulsión a lo nuevo. En la era del espectáculo el tiempo
no tiene pasado ni avanza sino que se ensancha permanentemente en un presente eterno...
La política, y la realidad toda, se producen y transmite por códigos y formas que se asemejan cada vez más a un gran escenario en el cual discurre un espectáculo sin fin. Somos convocados a la vida social como obsesivos y compulsivos observadores; siempre hay allí afuera algo expuesto que es capaz con más o menos éxito de captar nuestra mirada y nuestro deseo.
Debord pertenece a aquella corriente minoritaria del marxismo que puso especial atención al fenómeno de transformación de los objetos y más ampliamente de la realidad bajo la forma de mercancía que tiene lugar en el capitalismo; entendiendo dicho fenómeno no solo en su dimensión económica sino, también, como un aspecto central y estructurante de las relaciones sociales, y de la imposibilidad de una conciencia histórica y social en los individuos. Describía a las naciones postindustriales como obras de arte totales en su nivel más bajo, como obras de entretenimiento y diversión de calidad baja y degenerada. Para él no hay ya mecanismos capaces de exigir responsabilidad ninguna a los dominadores del mercado. No hay nada que se interponga entre lo que presenta el mercado como verdadero y la verdad pero… ¿todo lo que la sociedad del espectáculo presenta, es verdadero bueno y necesario, por el mero hecho de haberlo presentado?
Cuando se produce el espectáculo integral, lo verdadero desaparece y lo falso aparece, aparece como lo único y verdadero por ausencia de todo lo demás. Un circuito cerrado y obsesivo de informaciones ocultadoras, falsas o deformadoras convierte a lo falso en lo único verdadero, sin posibilidad de comprobación. Pero entonces ¿como elegimos nosotros cual es la información verdadera que recibimos y cual es falsa si ni siquiera tenemos la posibilidad de comprobarlo? Esto me indigna.
En tales circunstancias ¿todo cuanto se presenta es arte y todo el arte que se presenta es verdadero? La sociedad ha alcanzado su momento de máxima artisticidad y todo lo que se produce es falso e imposible de comprobar: la avalancha de idioteces que se lanzan sólo podría ser criticada por los mediáticos pero no suele ser así ya que además de su por su ignorancia, éstos se siente en la obligación de no apartarse de la autoridad cuya majestad ha de mantenerse siempre a salvo.
En tales sociedades, cuyo modelo administrativo es el de la Mafia, el arte ha alcanzado su máxima racionalidad: el valor artístico lo fija la venta y punto. Pero no por ello ha terminado la tarea de los artistas que ahora tienen que hacer de policías: tienen que decir quien es artista y quien no lo es, denuncian a los ciudadanos que detestan las obras de arte que ellos producen. Muchos artistas hoy en día se han convertido en galeristas, críticos de diario, presentadores de televisión o simplemente burócratas de la administración del espectáculo. Todos ellos obligados a mantener un “orden” en y del arte.
La falsificación generalizada lo convierte todo en arte. Nos venden productos que no son para nada lo que nos ofrecían, nos engañan… entonces es lógico suponer que lo que nos venden como “ arte actual” no ha de ser otra cosa que la falsificación del arte convertida en verdad por ausencia del arte verdadero. El desarrollo de la sociedad del espectáculo crece inexorablemente en un sistema de autodestrucción imprevisible e incontrolado, ya que, como sucede en todas las mafias, no existen mecanismos de renovación que no pasen por la liquidación física del jefe, del heredero, de ambos, o de los organismos por ellos controlados. Es de suponer, que entramos en un periodo histórico de extrema violencia, el comienzo de un futuro desorden que se nos viene encima.
sábado, 28 de noviembre de 2009
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