domingo, 3 de enero de 2010

COLOR

COLOR:

El autor comienza haciéndonos reflexionar sobre la dificultad de escapar de la convicción de que los colores no son nada más que un espectro de nombres. Cada cultura nombra sus colores de un modo distinto y nunca coinciden. Quizás por ello la filosofía siempre ha detestado los colores: los filósofos siempre han observado los colores con una mirada desconfiada, que encarnan las leyes de la mutación, de la no-verdad, de la seducción, de lo imprevisto… por lo que acababan afirmando que los colores no son cuerpos, sino figuras. Cada individuo, dependiendo de su cultura, de las circunstancias y vivencias, de sus cualidades físicas visuales… imagina un color muy distinto aún asignándole el mismo nombre; entonces… ¿cómo hacer una descripción cromática verdadera? Para Azúa todo es fantasía: muchos pintores creen que pintan “lo que está ahí fuera”, lo cual es imposible porque “no está ahí fuera” ni a la hora de pintar, y antes. De hecho según Azúa, “ahí fuera” no hay absolutamente nada: un caos insondable de campos energéticos y turbulencias atómicas: el fluido sin forma ni sentido que torna sobre la piel del mundo sin que sin duda es gris para todo bicho viviente menos para el humano y algunos insectos como la mosca. Según algunas investigaciones hay animales que ven los colores que ven los Humanos: son algunos primates como los Antropoides formados por el chimpancé, el gorila, el mono y el orangután. Hay especies, como los peces, los pájaros y muchos insectos que pueden ver colores, pero dentro de unos límites. Un buen ejemplo es el caso de los perros, los cuales reconocen 2 colores: azul-violeta y amarillo y pueden distinguir entre las tonalidades de gris. Los perros no pueden distinguir entre el amarillo, anaranjado, verde o rojo. También tienen dificultades para distinguir el verde, el gris pero percibe como amarillo lo que nosotros vemos rojo, naranja, amarillo, y verde. Ciertos tonos de verde y turquesa, el perro los percibe como blanco. El perro distingue los azules en forma similar a nosotros…. Esto nos hace pensar en que lo colores dependen de la retina, del globo ocular que contiene los conos y bastones, dos tipos de células sensibles a la luz. Los conos dan percepción del color y visión detallada, mientras que los bastones detectan el movimiento y son sensibles a la baja luz, la situación de los ojos, del campo de profundidad, del campo de visión… (de la parte física); pero además influyen las circunstancias que cada persona asocie con un nombre o un color.

Según la ciencia se distinguen cuatro modos de abordar el color: como pigmento, como luz, como sensación, como información. El color no está en las cosas, sino en la relación ente las cosas y nosotros mismos. Es una sensación incomunicable, pero es una información. Para la ciencia el color nos aporta información, que nos sirve para estructurar el medio en el que vivimos y así poder subsistir. Pero la ciencia no puede llegar a saber cómo ve el color cada persona. La verbalización es muy poco eficaz. Sólo el arte de la pintura inventa el color del mundo para nosotros.

A continuación Azúa nos habla del origen de determinados nombres de colores. Nos habla del color amarillo y colores relacionados que adquieren su nombre gracias a los escritos de la medicina clásica. Para él el color es una herramienta para la producción de significado, como el habla. No hay colores, hay vicisitudes de los colores pues cada uno de ellos tiene su propia biografía. También hay colores que han muerto o que no se utilizan ya. Por ejemplo uno de los colores más bello jamás hallado según Azúa es el “pullus” un color que ha desaparecido y que parece ser que correspondía al resplandor del lomo en las liebre huidizas.

Pero siempre nos surge una duda… ¿se llamen como se llamen, vemos todos los mismos colores cuando miramos algo de color? Pues Azúa nos contesta que es imposible saberlo ya que los colores están cargados de significados secretos porque no están en la naturaleza, como el oxígeno, sino en el puente tendido entre nuestro intelecto y el mundo. El color es una herramienta para la producción de significado, como el habla. En los tiempos modernos, a partir de la invención y desarrollo de los colorantes químicos, la catalogación de los colores industriales se convirtió en una tortura. Llegó el cine, la foto y la tele en color. Entonces hubo que tomar decisiones, establecer cromatismos para funcionar. Los tintes electrónicos están formando a las masas, y estas van adquiriendo, sin ningún esfuerzo ni consciencia, información en forma de colores, que son totalmente distintos a los que se percibían hace 40 años; en el tratado de Chevreuil (1864) se distinguen ya 14.000 tonalidades.

El color es un abismo en el que se han precipitado cerebros muy notables, como el de Wittgenstein, cuyo último trabajo, “Observaciones sobres los colores” nos da que reflexionar. A éste le asombraba que un asunto tan enigmático hubiera sido tan escasamente reflexionado por la filosofía. Sólo Newton y Goethe han dejado tratados relevantes sobre el color. Y ambos se contradicen. A Wittgenstein le interesaba definir el estatuto del color: para él el color no es una materia, ni una imagen, ni una sensación sino que se le presentaba como el mejor ejemplo de su teoría de los juegos lingüísticos.

La extinción del color es un efecto típico de las sociedades autoritarias. Y el horror ante un estallido de color es un síntoma claro de espíritu represivo. En la gran disputa barroca entre partidarios de la línea y partidarios del color, los defensores del color eran los defensores de la pasión, frente a los de la línea que defendían la idea y la concepción intelectual.


No hay artistas, que no hayan dejado noticias de sus invenciones cromáticas. Son notas de un lirismo tan inmediato que nos hacen sonreír. Pero sobre ellas descansa la posibilidad misma de la pintura porque los colores no son cuerpos, sino figuras. Para Azúa un pintor sin su propia y original leyenda cromática, sin un color significador del mundo capaz de hacer mundo, carece de todo interés.

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