SUBLIME:
Además de una expresión corriente, lo sublime en un concepto central de la filosofía kantiana. Es un concepto neutro: no es ni la ni el, es lo sublime. Para Kant lo sublime es un grado superior a lo Bello y sólo se presenta ante nosotros en la contemplación de algún fenómeno de gran envergadura. Dicho fenómenos nos sobrecogen el ánimo y nos dejan anonadados. Se entiende que la utilización de la gente corriente de este término es una exageración, aunque no siempre como ahora nos explica Azúa:
Cuando un acontecimiento sublime nos sobrecoge el ánimo, tendemos a considerar la pequeñez de nuestra condición y la insignificancia de la vida humana. Cuando lo sublime se precipita sobre nosotros accedemos a la totalidad del cosmos, a su unidad. Lo sublime suele paralizarnos la voluntad, nos quedamos inmóviles ante lo sublime para únicamente contemplarlo. Pero el contraste entre la mota de polvo ridícula que es una vida humana y descomunal capacidad intelectiva produce un cortocircuito al cruzarse dos cables de alto voltaje en el intelecto, el cable moral y estético. El chispazo que salta es la estremecedora experiencia a la que llamamos sublime y que aunque Kant no lo diga, pero Azúa sí, lo sublime es un acto de afirmación de nuestra muerte como elemento constructivo del sentido cósmico.
Una de las más insidiosas dificultades que presenta la filosofía de Kant es que carece de referencias, metáforas, ejemplos y otros recursos literarios. Pero los discípulos de éste aprovecharon el vacío de ejemplos para ampliar el campo de lo sublime de un modo abusivo. Una generación más tarde todo era o bien bello o bien sublime, con lo que se llegó al despropósito actual. Hasta se ha dado el caso de que un competente crítico norteamericano, Richard Klein, ha escrito un voluminoso tratado para demostrar que fumar pertenece al orden de lo sublime:
“Sólo mediante su pertenencia a lo sublime puede entenderse la afición de la gente hacia los cigarrillos y por qué les gusta tanto algo que sabe a rayos y marea.”
Nos dice Azúa que para Klein, el fumador es como un personaje de Byron que se sitúa en el borde del abismo para contemplar, con un voluptuoso estremecimiento, lo efímero y fútil de nuestra existencia, y la grandeza inconmensurable de lo negativo. Se produce un juego con la muerte, con el cáncer de pulmón, un juego que él califica como estético. Y coloca al fumador consciente, al nivel del samurai, o del torero que construye artísticamente el juego que concluye con la muerte o de él o del toro. Califica a los fumadores como héroes de la sublimidad.
Años después de la muerte de Kant, Hegel en sus lecciones de filosofía del arte derribó de su pedestal romántico a la categoría de lo sublime, sustituyéndola por la de “lo significativo” Hegel hizo de lo bello algo sublime. Al introducir como medida artística lo significativo (reservado hasta entonces a la filosofía y la ciencia), de inmediato lo bello ascendió un grado en la escala de los valores artísticos y eso es lo sublime, el ascenso. Pascal Quignard lo dice de otra manera:
“La palabra latina sublimis es una traducción aproximativa del griego hypsos. Lo gipsy es lo que está en alto, la alta mar, la eminencia, aquello respecto a lo cual estamos “por debajo”, aquello respecto a lo cual estamos “alejados”. Lo sublime es lo que sobresale, lo que tiende y se extiende, como el deseo masculino.”
En los últimos años lo sublime ha aparecido bajo la forma de una defensa del arte más rabiosamente actual. A la vista de las exposiciones que muestran cuerpos en corrupción o masoquistas en el ejercicio de su vicio, montones de hígados de pollo, cuando no unas jeringuillas ensangrentadas… el filósofo J.F.Lyotard unió dichas manifestaciones artísticas a lo sublime. No es bello, pero es sublime, como los terremotos y las grandes catástrofes.
sábado, 23 de enero de 2010
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