REPRESENTACIÓN:
La verdad de la cosa sólo puede conocerse mediante un juego, una ficción aceptada y pactada por todos. Una representación es una ficción que produce realidad. Las representaciones tiene ese durísimo corazón: sólo nos acercan a la verdad mientras mantengamos la ficción. Cuando la ficción nos aburre o nos perjudica, la abandonaos.
Este mecanismo tiene una importantísima función en nuestras vidas, las cuales son , en más de un 90 % mera representación. No es que siempre seamos nosotros los mismo sino que siempre representamos a la misma persona, al mismo personaje, el cual sólo subsiste en la ficción del DNI ya que el Estado es el único propietario de nuestra representación. El Estado es el apoderado de todas las representaciones de sus súbditos.
Uno de los primeros en advertir tan sensacional artimaña fue Pascal, quien se asombraba de que algunas actividades no pudieran subsistir sin la representación, en tanto que otras actividades eran independientes de ella. Se asombraba cuando contemplaba la administración de justicia, con sus jueces con pelucas y ropajes, en ese escenario teatral… y se dio cuenta de que no podría haber administración de justicia sin representación. La administración de justicia no es otra cosa que la representación de un drama cuyas consecuencias se prolongan en el tiempo. El proceso (el judicial o cualquier otro) y la representación (jurídica u otra) han creado realidad e historia, o por lo menos un tipo de realidad y de historia muy próximas a las que produce el arte. Aunque con resultados muy diferentes
Azúa nos comenta cómo en los EE.UU., se ha prescindido de la representación, los juicios se llevan a cabo como un negocio. A veces en el sistema judicial se llegan a acuerdos para no llegar a la representación. Con estos acuerdos se suspende la representación, el drama y al mismo tiempo destruyen el sistema judicial. Incluso si los pactantes deciden que no ha ocurrido nada, no ha ocurrido. Pero Pascal añadía que otras actividades no precisan representación y ponía como ejemplo la guerra, en la que da igual que los soldados vayan disfrazados o no como los jueces, no hay representación pues gana siempre el más fuerte y no el que conduce mejor el drama, aquí no hay pactos para la representación.
También nos hace dudar que es posible que lo que llamamos obras de arte no sean sino mecanismos de producción, mantenimientos y perfeccionamiento de creencias imprescindibles para el funcionamiento de la sociedad, exactamente igual que las representaciones de la justicia: sí como la creencia de que un hombre disfrazado de juez imparte justicia y permite la existencia de la administración de justicia; y otro disfrazado de general imparte autoridad y hace posible la existencia de un ejército, Azúa nos dice que las artes imparten artisticidad mediante la creencia popular en sus representaciones ya que la creencia asumida de que la representación artística se corresponde con algo real, es lo que permite subsistir a las artes.
Esto también explica el interés desordenado de todos los estados y gobiernos han manifestado hacia las artes. La creencia en sus representaciones se muestra imprescindible para mantener la creencia en general de que hay tal cosa como “realidad” y “ sucesos”. Este peculiar capricho de nuestra cultura ha conducido a muchas perplejidades.
Las artes fueron elementos al servicio de la representación del poder hasta muy entrado el siglo XIX. Y las vanguardias fueron movimientos destinados a liberar las prácticas artísticas de su esclavitud al mantenimiento simbólico del poder, una vez acabada su función por al entrada en juego de mecanismos de creación de realidad, como la televisión. Por ello las artes del siglo XX y las “Vanguardias” son no-representativas, se decía de ellas que no producen representaciones sino presentaciones. Esta ausencia de representación es especialmente interesante en el caso de la Escuela de Nueva York ( Pollock, Rothko,…) ya que fue financiada por la CIA como la más adecuada para no traer problemas a los políticos ya que no representaban nada. La consecuencia es que las artes, una vez arrancadas de la representación del poder, se quedan en nada, o más bien, representan la nada. Nuestra nada, nuestra carencia de realidad y suceso e incluso nuestro acabamiento como sujetos. Según esta teoría solo mediante la ficción de una representación podríamos acercarnos a algo real y verdadero en el terreno simbólico. Pero sin la ficción de una representación caeríamos en la irrealidad y falsedad de la pura nada, como si hiciésemos un acuerdo.
Contra esta teoría cabe pensar que la representación no sea siempre ficción sino una aparición o la aparición de una verdad específica. Y que la creencia en las representaciones no depende de la mayor o menor ingenuidad o interés del sujeto, sino de la necesidad de lo que comparece en la representación. Si haya aparición, hay visión, ciertamente, pero en cualquier caso ha de ausentarse el sujeto como bien lo explica Miguel Morey: para éste las cosas, las apariencias o las evidencias remiten antes a nuestros modos de hablar acerca del mundo que a nuestros modos de verlo (antes de pertenecer al ver, bajo la forma de una mirada armada, pertenecen al decir que constituye la armazón de esa mirada.). Ese ojo que es el nuestro, cree estar viendo cosas, apariencias o evidencias pero solo ve palabras. Morey también dice que cuando vemos algo no estamos, nos ausentamos en un instante en ese algo visto. Para él la visión verdadera es la imposición de un dominio ajeno a las palabras.
sábado, 23 de enero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario